Mientras en otros países del mundo se abren las puertas a las inversiones extranjeras, en la Argentina se cuestionan de manera permanente y, en algunos casos, se desinforma sobre ellas. En el periodismo está lleno de críticos y hace sólo algunos días Ernesto Tenenbaum y María O’Donnell repetían algunos argumentos criticando el RIGI porque beneficiaba a las multinacionales extractivistas que se llevaban riquezas y que no generaban empleos. Lo hacían citando frases de algunos de sus entrevistados y, en ese paquete, por supuesto, incluían a la minería.
Todos los conceptos errados mencionados dan pie para explicar por qué sin inversiones extranjeras no habrá ni un cobre para la Argentina. Y en este caso, léase cobre como moneda (citando el dicho) y también como mineral. Además, este tipo de situaciones nos muestra que estamos lejos de ser un país minero, mientras no comprendamos el funcionamiento del negocio.
Lo primero, y que siempre hay que tener claro, es que sólo podemos hablar de riqueza si es que aprovechamos el potencial y transformamos los recursos en esas riquezas. En el caso de la minería del cobre, mientras no se saque nada, sólo nos quedamos con el discurso, pero no somos ricos si el cobre sigue enterrado.
Lo segundo, lograr transformar esos recursos en riquezas requiere de procesos largos y muy costosos, los cuales en sus etapas iniciales pueden contar con inversión nacional, pero que en el camino necesitan de inyección extranjera. Hablamos de proyectos que cuestan miles de millones de dólares y que -a diferencia de lo que repiten muchos medios porteños- no son de corto plazo, sino que implican muchos años de inyección de recursos y un lento proceso de recuperación de inversión hasta lograr ganancias.
Construir un proyecto implica inversión fuerte en períodos que tienen un promedio de duración de cuatro años. Pero luego, al tener en operación un yacimiento, se sigue invirtiendo para mantener todo el circuito operativo, algo que requiere de muchos millones de dólares más por año. Hasta ese momento, la compañía que está poniendo la plata no ve ninguna ganancia y todo es inyección, pero esa es una regla del juego y las empresas lo saben. Por eso, es errado decir que son inversiones de corto plazo y que después reciben compensaciones por muchos años.
Como tercer punto, es erróneo decir que no generan empleo, porque si algo tiene un proyecto minero -especialmente de cobre- es la capacidad de movilizar la economía a su alrededor y no sólo sus operaciones directas. Sin embargo, si bien no tiene la cantidad de empleos que el comercio o la agricultura, sí marca una diferencia porque son trabajos de alta calidad con muy buenos salarios.
¿Y de dónde sacamos plata para convertir los recursos en riqueza?
Cuando se hacen críticas a la inversión extranjera y directamente se la ataca, cuesta entender de qué forma piensan que se pueden desarrollar proyectos -en este caso- mineros. Da para pensar que creen que lo puede hacer el Estado o alguna empresa nacional.
Lo que tenemos que descartar de plano es la posibilidad de que el Estado invierta en procesos mineros, el Estado nunca debe destinar recursos a los procesos mineros porque se trata de inversión de riesgo en el proceso inicial y demasiado alta y de lenta recuperación en la construcción de un proyecto.
Pensemos, por ejemplo, si el Estado invirtiera 10 millones de dólares en una exploración e inicia una campaña de perforación. Las estadísticas indican que 1 de cada 100 proyectos que se exploran terminan siendo una mina en producción. Es decir, es altamente probable que el Estado pierda esos 10 millones, algo que no puede suceder, porque ese dinero podría ser destinado a fines concretos y necesarios en materia de salud, educación o infraestructura. De hecho, las probabilidades de que un Estado pueda generar ganancias con 10 millones de dólares de manera aventurada y disparatada son más altas en un casino y apostando al rojo o al negro en la ruleta.
Pensar en una inversión estatal en un proyecto con la factibilidad realizada tampoco es una alternativa, porque significaría invertir altísimas sumas de dinero, con una lenta tasa de recuperación, y que necesariamente significaría tener que sacar plata de alguna caja del Estado destinada a otras cosas, porque lamentablemente siempre la sábana es corta.
Los responsables de la plata
Entonces, teniendo claro que un Estado no puede invertir en minería, es que el negocio minero funciona a partir de los privados, porque ellos son los que ponen el dinero para los grandes proyectos, los que invierten y pierden o ganan en procesos de exploración.
Lamentablemente, hoy para grandes inversiones no le da el bolsillo a las empresas nacionales, pero podrían generarse grandes capitales a partir de la misma actividad minera y paso a paso. En Chile, por ejemplo, existe Antofagasta PLC, del grupo Luksic, compañía que invierte en grandes proyectos en su país, en el exterior y que espera ingresar al top ten de las mayores productoras de cobre del mundo. Ese ranking hoy es encabezado por la estatal chilena Codelco, pero hace poco vio amenazada su corona por el intento de compra de Anglo American por parte de BHP. Codelco, igualmente, no entra en la historia igual que el resto, porque su origen tuvo que ver con la nacionalización del cobre de Salvador Allende.
Ahora, para que Antofagasta PLC llegara a alcanzar su realidad actual, recorrió un largo camino, que perfectamente podría recorrer una empresa argentina si se desarrolla la industria del cobre, pero para eso se debe impulsar la actividad con la seriedad y las reglas claras que el mundo exige. La minería requiere de procesos extensos y condiciones estables, algo que hasta ahora el país no ofreció, pero difícil será que ese escenario se pueda dar cuando tenemos el constante ataque a las inversiones, las que literalmente son demonizadas y cuestionadas con mucha información errada.
Igualmente, y como siempre se recuerda, la minería del cobre no esperará por la Argentina, se sube al tren o se queda abajo.
Fuente: Editorial RN